Después de no haber podido continuar pagando los servicios de un intérprete en lengua de señas, Rosa Silvestre decidió acompañar a su hija, que sufre de discapacidad auditiva, a tomar clases en una universidad, aferrada al empeño de que se graduara de una carrera, una aspiración que aún no ha podido alcanzar.

Ella narró a Listín Diario que inscribió a su hija, Rosmeri Ortiz Silvestre, en una universidad privada, gracias al aporte de una beca, como resultado de haberse distinguido como estudiante meritoria en el bachillerato.



Tan relevante fue este logro que Rosmeri ganó la escogencia especial para pronunciar el discurso en lenguaje de señas. Pero fue después que inscribió a Rosmeri cuando la madre se enteró que tenía que llevar un intérprete, porque la universidad no lo proporcionaba.

Ante semejante trance de esta abnegada madre, no tuvo otra salida que contratar un intérprete durante el primer año de estudios. Y luego tuvo que acompañarla ella misma, porque el servicio era muy costoso.

Nada la detuvo, aun a sabiendas de que su único conocimiento en lengua de señas fue el adquirido por la necesidad de comunicarse con su hija.

“Es una barrera que existe, es muy difícil”, comentó.

Estando en el aula universitaria se dio cuenta que los profesores no estaban enterados de que había una persona con discapacidad auditiva, por lo que tenía que informarlo en cada clase.

Las interpretaciones de las clases las hacía sentada, al lado de su hija, sin llamar la atención. Se mantuvo casi un año, asistiendo a las clases presenciales con su hija, pero en ese mismo periodo estudiaba derecho de forma virtual.

Señala que siempre encontró un apoyo moral de los profesores, pero que los alumnos se sentían raros y no se acercaban a su hija, la que describió como una persona tímida con quienes no conoce, aunque después se afianza.

Al principio, en las aulas, Rosmery solo se comunicaba con su madre, pero esta trató de que socializara, hasta que hizo amistad con algunos estudiantes.

Dice que en la universidad todos la trataban con respeto y consideración .

“En nuestro país hay todavía muchas barreras para personas con discapacidad y sobre todo auditiva; se necesita voluntad de los gobiernos de integrarlos de verdad y una cultura de aceptación y amor”, considera Silvestre.

Se topa con dificultades
“Mi experiencia en la universidad es que ha sido difícil, es doble el esfuerzo que uno tiene que hacer como persona sorda y sin un intérprete que le asista, aun mi madre iba conmigo y me ayudaba, no es lo mismo”, narró.

Rosmery, de 29 años, espera que a las personas sordas se les den oportunidades, como a los demás, de estudiar, trabajar y de ser útiles a la sociedad.

SEPA MÁS
Inclusión
Rosmery: “Mi anhelo es que se dé más oportunidad a los sordos, no que se quede en un lindo discurso, y se incluya sólo a dos o tres, habiendo en República Dominicana muchas personas con discapacidad auditiva”.

Sueño
Ella reside con su familia en el municipio Santo Domingo Este. Se inscribió en 2018 en la carrera de administración turística hotelera, mención gastronomía, porque la universidad que la becó no imparte la carrera que anhelaba: educación especial.