Guillermo Pérez
Elías Piña, RD


Después de tanto silencio acumulado, las poblacio­nes fronterizas parecen es­tar llegando a ver realidad sus viejos temores: Creen sus pueblos están siendo cercados, poco a poco, por una migración ilegal hai­tiana que empuja sin con­trol hasta sus vecindarios.

No son voces de políti­cos ni aspirantes a oportu­nistas. Se trata de ciudada­nos comunes, indiferentes a la xenofobia, la antipatía o el racismo.

Tienen miedo
La reconfiguración que ob­servan cada día en sus co­munidades urbanas y al­deas rurales se los revela con claridad.

En calles, negocios, ba­rrios, residenciales y en to­dos los vecindarios fron­terizos hay una masa de haitianos que sigue expan­diéndose sin cesar, y siguen llegando.

Y no hay manera de pa­rar este problema. La fron­tera que los separa de Haití está llena de agujeros, a dis­tancias extensas en muchos casos.

Por estos resquicios en­tran, sin problemas, familias haitianas enteras que luego se asientan tierra adentro, y los más decididos se que­dan en las comarcas más cercanas.

Las fuerzas de control fronterizas hacen sacrifi­cios enormes para prote­ger la franja divisoria, pero la frontera es tan extensa y accidentada que no pue­den abarcarla toda.

Por eso, los 25 kilóme­tros de verja perimetral construidos ya entre los pasos de Jimaní y Elías Pi­ña, para controlar las olea­das de ilegales, contra­bando, tráfico de armas, drogas, robo de vehículos y de ganado, tiene apoyo de los pobladores.

Las 313 pirámides
Esta frontera tiene 313 pi­rámides a lo largo de sus 391 kilómetros, 172 de es­tos compuestos de ríos y lagos, 219 de terreno co­mún, seis puentes fronte­rizos, cuatro pasos forma­les: Jimaní, Pedernales, Elías Piña, Dajabón, más de 40 kilómetros de ca­rretera internacional y 14 mercados binacionales.

Por cualquiera de esos espacios pueden entrar masas de indocumenta­dos. Pagando o haciéndo­lo por cuenta propia, todo para entrar aquí, no les im­portan los riesgos.

Un equipo de Listín Dia­rio viajó a lo largo de la frontera, desde Pedernales hasta Elías Pina, adentrán­dose en Sierra Bahoruco, a decenas de kilómetros por la carrera internacional, topándose con haitianos que salían de entre mon­tes, o subían por colinas, caminando por rutas pe­dregosas, o a bordo de mo­tocicletas.

Según un censo de 2013 preparado por el Cesfront, 12,642 personas, un 98% de estas de manera ilegal, estaban asentadas a lo lar­go de 15 kilómetros del borde limítrofe en las cin­co provincias dominicanas fronterizas con Haití.

Según la Encuesta Na­cional de Inmigrantes de 2012, en algunos pueblos de la Sierra de Bahoruco, entre estos Los Arroyos, Ávila y Aguas Negras, la población haitiana supera a la dominicana en más de un 90%.

La verja fronteriza
Los ciudadanos muestran apoyo a la verja en la fron­tera y esperan que esta les dará más seguridad.

Elizabeth Díaz, una jo­ven mulata local, dijo no te­ner antipatía contra los hai­tianos, “pero no me siento bien cerca de muchos de ellos; son problemáticos”.

Sebastián D’ Óleo, un hombre desempleado que descansaba en el parque cen­tral local, cree que dentro de poco “esto no lo aguanta na­die, ya son demasiados por estos lados”. Los espacios donde hay verja perimetral, bajo el resguardo del Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre (Ces­front) y el Ejército, son los más afianzados contra la va­riedad de ilícitos, por el mo­mento, en la franja divisoria.

La verja
El tramo más extenso arranca en el lago Azuei, en Jimaní, desde donde serpentea a través de las áridas colinas que bordean la ciudad.

La verja, de cuatro metros de altura, se asienta sobre una pared de blocks de cemento, y en su tope final una espiral de alambre con cuchillas. Tiene 3 kilómetros y 275 metros de extensión, y su custodia, patrullajes y operativos constantes está a cargo de 16 soldados del Cesfront, cuyo personal labora 24 horas diarias, mientras el Ejército cumple también su misión en esto. La verja empieza en la pirámide 251, a partir del lago Azuei, en Malpaso, y llega hasta Las 40.